Los olores provocan en nosotros reacciones inmediatas y profundas, difíciles de explicar. Algunas personas son “ciegas de nariz” ante ciertos aromas. Otras han educado su olfato para distinguir los posibles matices de un olor y así juzgar la efectividad de un producto.
Los libros de psicología dedican poco espacio al sentido del olfato y ello parece sugerir que no es un sentido muy importante para los hombres, acostumbrados a pensar y orientarse por la vista. Sin embargo, no nos damos cuenta de hasta que punto el placer en esta vida va ligado al mundo del olor y como influye en nuestras emociones y establece pautas de comportamiento.
Todos los matices del sabor provienen del aroma que aspiramos mientras bebemos o masticamos la comida. Aparentemente, los puntos gustativos de la lengua solo detectan sabores salados, dulces, amargos y agrios. Pero con la nariz tapada, resultaría difícil distinguir el saber de un pedazo de patata cruda del de una manzana.
Los aromas afectan a toda nuestra vida emocional, desde las zonas mas profundas de nuestra mente. Sugieren, provocan asociaciones, evocan, atemorizan y nos estimulan, pero parecen encontrarse bajo el pensamiento consciente. Un hombre puede decirle a una mujer cuanto le gusta el perfume que lleva, pues este se utiliza para que se note. Sin embargo, nuestra cultura no acepta que diga en público que se siente estimulado por un olor personal.
Lo que nos falta no es un profundo sentido del olfato, sino el valor para hablar de olores intimos. A diferencia de las fotografías o los retazos de música, los olores no tienen rasgos determinados y a menudo vacilamos cuando se trata de identificar aromas familiares: es como si lo tuviéramos “en la punta de la nariz”.
Las mujeres reconocen mejor los olores que los hombres, quizás debido a que les prestan mas atención al realizar algunas funciones hasta hace poco obligadas, como cocinar, comprobar la frescura de los alimentos, utilizar especias y perfumes. Los niños huele y prueban todo.
El sentido del olfato se encuentra en el corazón de los recuerdos y las emociones. Según hayan ocurrido los acontecimientos o según la experiencia haya sido agradable o desagradable, el olor asociado con ello será recordado como bueno o malo.
Los olores son moléculas volátiles que flotan en el aire. Cuando inspiramos, entran en torrente por las ventanas de la nariz, pasan sobre un tejido esponjoso que calienta y humidifica el aire, llegan a dos estrechas cámaras donde aterrizan en dos pequeños pedazos de piel, bañados en mucosidad, situados justo bajo el cerebro y detrás del puente nasal. Allí, mediante un proceso que continua siendo un misterio, las moléculas se adhieren a pequeños receptores situados en diminutos cilios parecidos a pelos en los extremos de los nervios olfativos, o neuronas, que envían el mensaje al cerebro.
A diferencia de otras células nerviosas de nuestro cuerpo, las olfativas se renuevan constantemente. Si se daña una célula nerviosa del cerebro, nunca se podrá recuperar. La perdida de células de la medula espinal supone parálisis. Si se destruyen las neuronas de la retina o del oído, el daño es irreparable. Dado que las células nerviosas olfativas si pueden renovarse, el sentido olfativo debe de ser muy importante. La naturaleza no hace nada porque si.
Es probable que ni siquiera nos demos cuenta de que el olor influye en todo y de que la mayoría de los productos que utilizamos, sean champús, cremas o maquillaje, llevan algún tipo de fragancia. Sin embargo, al igual que caminamos con los ojos bien abiertos, también deberíamos andar con la nariz abierta y valorar los aromas que nos rodean.